Por Wendy Marton
Quienes aún gozamos de juventud, pero ya pasamos los treinta, ya superamos la etapa en que pensábamos que un simple pensamiento podía revolucionar al mundo. A esta edad, ya más maduros pero aún con energía, medimos las acciones a tomar y solo nos embarcamos en proyectos que consideramos pueden llegar a ser concretos y depararnos un mundo mejor. La muerte de Artemio Cruz (Carlos Fuentes, Alfaguara-La Nación) plantea esa etapa de la vida en que el anochecer llega sin que hayamos podido desarrollar nuestros deseos y con la conciencia suficiente para admitir errores y lamentar acciones que por cobardía no emprendimos.
En este libro, Fuentes relata la vida de Cruz, un hombre que vivió una infancia libre, no solo del conocimiento de saber cómo había sido procreado, sino en la extensión misma de la palabra. Ya joven, conoció el amor verdadero que le fue arrebatado durante una de las tantas contiendas que sometieron la historia de México en busca de la igualdad para todos sus habitantes. Tras este encuentro impactante con la realidad, Cruz decidió tomar las riendas de varias vidas y someterlas a su voluntad, conciente de que ya nunca volvería a tener los mismos sentimientos que antes de la muerte de Regina.
El protagonista decide casarse con Catalina, una mujer a la que ama –ya no con el amor que tuvo por Regina, pero sí con ese segundo amor que todos sentimos en la vida, después de haber conocido el amor verdadero- pero sin la sabiduría suficiente como para aceptarlo y decírselo.
Cruz se vuelve un hombre huraño, incapaz de dar a conocer sus sentimientos, y se somete a ese mundo en el que es más importante tener dinero, amantes, una familia aparentemente bien constituida, pero sin nada concreto que lo lleve a la felicidad.
Y es cuando llega a la vejez, tendido en una cama de hospital, que comienza a mirar su vida y de las que lo rodean de una manera diferente, marcado por la experiencia y el conocimiento.
El encuentro con uno mismo se produce precisamente a una edad en que ya es más difícil-no imposible- cambiarlo todo. Cuando somos adolescentes nos preocupamos por como nos queda la ropa, nuestra estatura o si somos demasiado delgados o demasiado obesos.
Al final de nuestras vidas analizamos qué hicimos bien o mal, aprobamos o desaprobamos lo que hicimos de acuerdo a nuestro actuar. De una manera magistral, Fuentes es capaz de llevarnos a tratar de entender la mente de una persona enferma y anciana, y de mostrarnos todo lo que podemos perder con indecisiones o al tomar una decisión equivocada. Vale la pena leer el libro. Es un poco denso, pero igual lo disfrutará mucho.
Y le dejo con una interrogante que la hace Artemio Cruz en una parte de su vida:
¿Cuándo es mayor la felicidad?. La respuesta es, quizá, cuando somos capaces de reconocer que ella existe dentro de nosotros mismos.