18/11/13

Día feliz


Llegaste a mi vida en el momento justo. Tenía 20 años y muchos sueños por cumplir, así que viniste a darme fuerzas para poder lograr concretarlos. Recuerdo como bailabas en mi panza la música brasilera que te ponían tus tíos Mabel, Víctor y Celsa, camino a Villarrica. Y me convertí en la persona más feliz del mundo desde el mismo instante que el doctor te puso en mis brazos.

Dios me permitió terminar la facultad y empezar a trabajar en lo que amaba: el periodismo.  Pero fue también esta profesión la que me privó de muchos momentos importantes a tu lado: no te vi dar el primer paso, y muchas veces llegaba a casa cuando ya estabas durmiendo.

Nunca te gustaron las muñecas: los dinosaurios y las pelotas de fútbol eran un regalo obligado, sea tu cumpleaños, Día de Reyes, Navidad, Día del Niño, o cualquier día del año en que me pedías un regalo. Y hasta hoy, preferís que te compre una remera de fútbol a una falda o un vestido.

Cuando entraste a la escuela, fue tu abuela la que te llevó de la mano ese primer día de clases. Una tarde, ya en Pre-escolar, cuando hacía magia para salir temprano del diario, llegué cuando ya estabas en el escenario cantando tímidamente junto a tus compañeros y mirando ansiosa al horizonte, buscándome. Entré sin que me vieras, y cuando lo hiciste le quitaste el micrófono a la profesora y te pusiste a cantar fuerte, tan fuerte que estoy segura se escuchó tu canto en todo el universo. Desde ese día me prometí que nunca más me perdería esos días importantes en tu vida, y en la mía. Algunas veces no pude cumplir, pero siempre lo intenté.

 La falta de recursos económicos te privó de muchas cosas que tus compañeritos y amigos si tenían. Pero traté de suplirlos con amor, y creo que no lo hice tan mal. Y así fue como en un abrir y cerrar de ojos fuiste creciendo. Cuando tenías 12 años decidí que era el momento exacto para que conozcas y vivas lo que yo pude hacerlo a los 11: te llevé a tu primer partido de Olimpia, en el Defensores del Chaco. Perdimos, pero creo que eso hizo que tu sentimiento hacia el club de los amores de tu madre, tus tíos y abuelos se haga más fuerte.

Y después llegó la época de ir a fiestas de 15 años. Me emocioné al verte ir a uno que celebraba una compañera con un vestido de fiesta, el primero que te ponías en mucho tiempo, porque siempre preferiste los pantalones para poder correr libremente por la canchita del barrio, o a veces como arquera. No quisiste una fiesta, preferías como regalo ir al Rock in Rio, regalo que por cierto te debo aún, pero prometo que en cuanto pueda te lo daré.

En la vida escolar nunca te exigí mucho, porque siempre te dije que me importaba más que aprendieras y comprendieras lo que te habían enseñado a que me trajeras buenas notas. Siempre te dije también que prefería tus unos honestos a tus cincos deshonestos. Por suerte, no me trajiste muchos unos, y las veces que sí, sé que fueron porque preferiste enfrentar que no habías estudiado a intentar haber copiado.

En estos años también traté de enseñarte lo que me enseñaron desde chica: que la honestidad sí paga, que si bien el camino es más duro y más difícil es mejor eso a que te escrachen en las calles, a que no puedas dormir tranquila por el peso de la deshonestidad. A medida que ibas creciendo te convertiste en mi compañera y amiga. Traté de inculcarte la conciencia social, por eso celebro que te guste ir conmigo a marchas de repudio contra gobernantes que se sirven del pueblo.

Por el camino, entre tanto trabajo, descuidé algunos detalles futbolísticos. Por eso un día fue grande mi sorpresa cuando me pediste que te compre tu primera remera del Inter de Milan. Fue como un balde agua fría. Cómo era posible que mi hija, a la que críe y traté de enseñar tantas cosas, se haya hecho del Inter. Cómo es que se me olvidó enseñarte lo grande que era el AC Milan. Por suerte no todo está perdido en nuestra relación futbolera. Si bien te gustaba el Arsenal, te compré la remera del Chelsea y logré que te hagas “Blue”. En Alemania, celebré que seas de Bayer Munich. Y en Argentina, no te hiciste de River como yo, pero sí de Independiente, como tu abuelo. Todavía no entiendo cómo te hiciste del Inter.

En lo que respecta a la música, por suerte, me saliste muy bien, modestia aparte. Celebro que te guste el rock y el metal, y no estés “perreando” un reguetón en algún balneario cercano. Fue tan lindo llevarte a tu primer concierto, en San Bernardino, y verte feliz cantando las músicas de tus grupos preferidos.

Mi pasión por la literatura no te llegó mucho, pero celebro que te gusten los comics, aunque te confieso que me siento extraterrestre cuando me empezás a hablar de “Marvel y DC”, como si para mí no fueran lo mismo.

Quiero decirte también que me encantan tus dibujos. Celebro que no hayas salido a mí, que apenas si puedo hacer jeroglíficos. Y me siento orgullosa porque aprendiste solita, porque para mí era muy difícil pagarte un curso.

En todo este tiempo traté de ser buena madre y buen padre. Tengo la suerte que tus abuelos y tíos –y primos- me hayan ayudado. Los fines de semana cuando vamos a la cancha a verle a nuestro querido Olimpia son los más felices. Son los momentos que aprovecho para contarte y recordar cómo le vi campeón en 1990 y 2002 y hablarte de quiénes eran mis ídolos y quiénes son los de ahora. Son los momentos para compartir y saber cuáles son los tuyos, y en que divagamos qué haríamos si tuviéramos el dinero para contratar un plantel como el de algún equipo de Europa o construir un estadio como el San Siro (bueno, el Giussepe Meazza). También te vuelvo a preguntar ¿porqué te hiciste del Inter? Lo bueno es que por lo menos es un equipo que ganó varias copas, y que usa el mismo estadio que el AC Milan.



Hoy, princesita, que cumplís 18 años me siento orgullosa de vos. Celebro que hayas podido terminar la secundaria y que tus horizontes sean amplios. Ruego a Dios que te permita, así como lo hizo conmigo, dedicarte a la carrera que te gusta. Pido también bendiciones para que puedas conocer Venezia, como siempre quisiste, y puedas recorrer el mundo y disfrutar de las maravillas que hay en la tierra. Le pido a Dios que te guíe siempre y que seas feliz con lo que escojas. Te amo más de lo que podés imaginar y soy inmensamente feliz de ser tu mamá.


Feliz cumpleaños mi olimperita divina!!

13/10/12

Las sombras de Grey


Por Wendy Marton


Es Hot! Pasó de ser el príncipe azul que despierta a la princesa con un casto beso y le promete felicidad eterna, a ser un hombre dominante y que ofrece sexo pervertido y sexo "vainilla" todo el tiempo, a toda hora. Esa es la única respuesta que encuentro al éxito que acumula la trilogía "Cincuenta sombras de Grey", "Cincuenta sombras más oscuras" y "Cincuenta sombras liberadas", de la escritora E.L. James.

Aunque generalmente no suelo leer este tipo de libros, mi curiosidad pudo más y decidí engullir los tres tomos de la historia de Anastasia Steele, una graduada en Literatura Inglesa, y de Christian Grey, un exitoso y multimillonario joven -de menos de 30 años-, cuya vida privada es un secreto guardado en una caja fuerte.

La historia comienza cuando Anastasia debe suplantar a su amiga Katerine Kavanagh, periodista, quien justo el día que debe hacerle una entrevista a Grey para la revista de la facultad donde ambas estudiaron, atendiendo a que él es el mecenas de la universidad, se enferma y le pide que vaya en su reemplazo. Anastasia es torpe, no le interesa el dinero, pero tiene una belleza extraordinaria y una terquedad sin límites. Él es arrogante, porque se sabe lindo y todas las mujeres sucumben cuando lo miran, pero no permite que nadie se le acerque; es celoso, posesivo, temperamental y asfixiante. Le gusta practicar sexo sádico, y tener "sumisas" a su disposición, mujeres que firman contratos de confidencialidad a cambio de tener sexo con el empresario más apetecible del país.

Para darle más cliché al libro, ella es virgen, apenas tuvo unos cuantos enamorados pero que nunca pasaron de "meter mano" en forma inocente. 
Surge entre ellos una relación que se va consolidando a lo largo de la trilogía, obviamente con altibajos por la poca autoestima que tiene él y las ganas de salvarlo con solo brindarle amor de parte de ella.

La historia de que el amor puede salvar todo, inclusive un alma negra como la de Grey es la que atrapa. Es la historia que transmiten las madres a sus hijas: ser sumisas, pero no tanto; tratar de que cambie el carácter del amado con solo darle amor, mucho, mucho amor, ser fuertes cuando ellos son débiles y mostrarles el camino de la luz con solo intentarlo de la mano de su amada.

Es una historia rosa, enriquecida con detalles sexuales, descripciones que todo mujer ansía leer en los libros y leérselos a su pareja, para que entienda que una una mujer necesita de todos los recursos de las caricias previas para poder entregarse al orgasmo sin culpa. Entra en detalles al describir el proceso, el roce del cabello, la mano bajando suavemente por los botones de la blusa, el detenimiento en el ombligo haciendo crecer el deseo carnal, describe el sexo oral que él le practica a ella, los estímulos a las cuales la somete para que explote una y otra vez.

Sí, es un libro para mujeres, un libro donde se explican las fantasías que todas tuvimos o tenemos y que estoy segura aburrirá a más de un hombre por lo meloso que se torna por partes el relato. Pero quizá, valdrá la pena que lo lean ambos, no completo, solo aquellas partes que encienden el deseo de la mujer.

8/5/11

No hay silencio que no termine

Si no se saben mis palabras
no dudes que soy el que fui.
No hay silencio que no termine.
Cuando llegue el momento,
y que sepan todos que llego
a la calle, con mi violín.
(Para Todos, Pablo Neruda)

Por Wendy Marton

Hay un motivo especial para volver a escribir luego de tanto tiempo. “No hay silencio que no termine”, de Ingrid  Betancourt me obligó a hacerlo.  En todo este tiempo de ausencia leí, entre otras cosas el libro del ex marido de Ingrid, Juan Carlos Lecompte, (“Ingrid y yo”) y “Operación Jaque” (Ed. Oveja Negra-Colección La Verdad), e hice el mismo juicio de valor que la mayoría de los colombianos.


Leer el libro de Ingrid fue entrar en una parte de su vida y de sus pensamientos. Betancourt fue secuestrada en febrero de 2002, mientras realizaba su campaña política con miras a la presidencia de Colombia. A pesar de las advertencias, y sin la más mínima seguridad, fue a San Vicente del Caguán, una zona dominada por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-FARC, acompañada de quien sería poco tiempo después de secuestrada su candidata a vicepresidente de la República, Clara Rojas.


Ingrid relata en su libro cómo se originaron las circunstancias de su secuestro, sus seis años de cautiverio y su libertad en el operativo denominado “Operación Jaque”, del ejército colombiano. En las 700 páginas describe su relación tensa con Clara, a quien prácticamente le atribuye problemas mentales; su relación con el ex senador Luis Eladio Pérez, Lucho como lo llamaba, y quien se presume habría tenido un romance con Ingrid; y luego con los norteamericanos Marc Gonsalves –quien también habría tenido un romance con Ingrid-, Keith Stansell y Tom Howes.


Aunque en todo momento Ingrid trata de explicar que no era una persona arrogante como la calificaron no solo los colombianos sino sus mismos compañeros de cautiverio, en ciertas partes del libro reconoce, sutilmente, que su carácter fuerte que le trajo no solo problemas a ella sino a quienes compartían su lugar de secuestro.


Su relato es doloroso, sentido, y es difícil no sentir lo que ella padeció en los años que estuvo privada de su libertad. Y es por eso mismo que resulta extraño que no haya aprendido la lección. En el tiempo que estuvo prisionera padeció, aunque quizá en forma exagerada, el dolor de miles de colombianos que no tienen para comer, un lugar para vivir, educación, ni acceso a las atenciones sanitarias que cualquier ciudadano merece.


Y quizá porque antes de leer su testimonio me haya contaminado por lo publicado por la prensa colombiana y por el libro de su ex marido Lecompte –a quien soy sincera detestaba antes de leerle, pues me parecía arribista y mediático- no comprendo aún cómo es que después de todo lo que le pasó Ingrid siga tan soberbia y haya demandado al Estado colombiano.


24/12/10

LAS INTERMITENCIAS DE LA MUERTE

Por Wendy Marton

Se imagina a la muerte haciendo una huelga, y dejando a los seres humanos vivir una vida eterna, aún a aquellos que viven una “semivida” o están a un paso de la muerte, valga la redundancia. O más aún, alguna vez imaginó que la muerte se convierta en una mujer de carne y hueso y se enamore de un ser humano. Estas paradojas son planteadas con maestría inigualable por el escritor portugués, José Saramago en “Las intermitencias de la muerte” (Colección del Diario La Nación, Argentina).

La muerte es un tabú tan fuerte para el hombre, que prefiere evitarlo como tema de conversación, sobre todo si tiene que ver uno mismo. Saramago plantea una vida eterna, en un país cualquiera, donde los seres humanos primero la festejan, y luego la aborrecen. Los planteamientos son económicos (¿qué pasará con las compañías de seguro o las funerarias si esto llegara a ocurrir?), religiosos (donde plantea la duda del poder de la iglesia católica principalmente, que promete la salvación eterna del alma, una vez muerta la persona, siempre y cuando se haya arrepentido de sus pecados, minutos antes de morir); sociológicos, filosóficos, demográficos, etc.

Además, traza lo más ruin del ser humano, donde un grupo denominado maphia utiliza esta nueva situación para sacar réditos, atendiendo a que en los demás países fronterizos siguen muriendo las personas. Saramago también imagina a una muerte (así en minúsculas, como se identifica ella misma) que en un momento de su trabajo (no se le puede llamar vida, aunque él lo hace) analiza lo que realizó desde tiempos remotos y cómo afecta su labor a las personas.

Podría usted pensar que es cruel deshacerse de un ser querido porque representa una carga económica o de atención constante, pero al leer el planteamiento de Saramago puede hasta llegar a comprender a muchos que deciden acabar con la vida de sus familiares, contratando a la maphia para hacer el trabajo.

En “Las intermitencias de la muerte” se vuelca toda la intelectualidad de Saramago, su pensamiento ateo, sus conocimientos, sus temores hacia un fin que ve cerca, y un raciocinio único, fino, demoledor, atrayente. Este, sin dudas es uno de sus mejores libros después de “El evangelio según Jesucristo”. Léalo, le parecerá sumamente enriquecedor.