Por Wendy Marton
¿El hombre nace bueno y la sociedad lo hace malo? Este viejo dilema, que es uno de los análisis fundamentales de los primeros años de la carrera de Derecho (Abogacía), es planteado con gran maestría por el Premio Nobel, William Golding, en El señor de las moscas.
La historia se desarrolla en una isla desierta, donde cae un avión que transportaba niños de entre 6 y 14 años, en plena guerra mundial. Como el piloto muere, los infantes deciden elegir un líder que los guíe hasta que un barco o un avión pueda rescatarlos.
Hacen una votación para ver quien ocupará el cargo. Y surgen dos líderes natos Ralph y Jack, éste último también líder del coro. Finalmente, Ralph es electo y allí se desarrolla el primer conflicto por el poder. Si bien a Jack no le gusta el resultado, acepta la votación de la mayoría y también la denominación de ser jefe de los cazadores, es decir, ser responsable de cazar jabalíes para proveer carne al grupo.
Dentro del grupo también sobresale un niño apodado Piggy (cerdo, en inglés), que si bien es más listo que Ralph y Jack, no es respetado por tener sobrepeso. Durante la convivencia en la isla, la rivalidad entre Ralph y Jack se hace cada vez más notoria, hasta que Jack decide formar su propio grupo.
Mientras el objetivo de Ralph es mantener el fuego, de manera que el humo pueda ser observado desde lejos y el rescate pueda ser posible en breve, a Jack solo le interesa demostrar su fuerza física.
Las más grandes maldades del mundo salen a flote en una isla donde solo habitan niños. La codicia por el poder, el miedo, la soledad, el desprecio hacia personas diferentes, son solo algunos de los problemas descritos, y que hacen suponer que la maldad está inserta en el ser humano desde antes de su nacimiento.
Aceptable o no, este relato ofrece un planteamiento real que la humanidad se hace siempre. Más que una novela, El señor de las moscas nos enseña cómo nuestros miedos y egoísmos a veces pueden ser más fuertes que nuestros deseos de una convivencia pacífica. Excelente novela.